lunes, 8 de julio de 2013

FRANCISCO EL HERMANO UNIVERSAL



PARTE PRIMERA DE TOMAS DE CELANO

Para alabanza de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Comienza la vida de nuestro tantísimo padre Francisco.

                                                      
    Capítulo I

Su género de vida mientras vivió en el siglo

1. Hubo en la ciudad de Asís, situada en la región del valle de Espoleto (3), un hombre llamado Francisco (4); desde su más tierna infancia fue educado licenciosamente por sus padres, a tono con la vanidad del siglo; e, imitando largo tiempo su lamentable vida y costumbres, llegó a superarlos con creces en vanidad y frivolidad (5).

De tal forma ha arraigado esta pésima costumbre por todas partes en quienes se dicen cristianos y de tal modo se ha consolidado y aceptado esta perniciosa doctrina cual si fuera ley pública, que ya desde la cuna se empeñan en educar a los hijos con extrema blandura y disolutamente. Pues no bien han comenzado a hablar o a balbucir, niños apenas nacidos, aprenden, por gestos y palabras, cosas torpes y execrables; y, llegado el tiempo del destete, se les obliga no sólo a decir, sino a hacer cosas del todo inmorales y lascivas. Ninguno de ellos se atreve, por un temor propio de su corta edad, a conducirse honestamente, pues sería castigado con dureza. Que bien lo dice el poeta pagano (6): «Como hemos crecido entre las maldades de nuestros padres, nos siguen todos los males desde la infancia». Este testimonio es verdadero, ya que tanto más perjudiciales resultan a los hijos los deseos de los padres cuanto aquéllos con más gusto ceden a éstos.

Mas, cuando han avanzado un poco más en edad, ellos, por propio impulso, se van deslizando hacia obras peores. Y es que de raíz dañada nace árbol enfermo y lo que una vez se ha pervertido, difícilmente podrá ser reducido al camino del bien.

Y ¿cómo imaginas que han de ser cuando estrenan la adolescencia? En este tiempo, nadando en todo género de disolución, ya que les es permitido hacer cuanto les viene en gana, se entregan con todo ardor a una vida vergonzosa. Sujetos de este modo voluntariamente a la esclavitud del pecado, hacen de sus miembros armas de iniquidad; y, no poseyendo en sí mismos ni en su vida y costumbres nada de la religión cristiana, se amparan sólo con el nombre de cristianos. Alardean los desdichados con frecuencia de haber hecho cosas peores de las que realizaron, por que no sean tenidos como más despreciables cuanto más inocentes se conservan (7).

2. Estos son los tristes principios en los que se ejercitaba desde la infancia este hombre a quien hoy veneramos como santo -porque lo es-, y en los que continuó perdiendo y consumiendo miserablemente su vida hasta casi los veinticinco años de edad. Más aún, aventajando en vanidades a todos sus coetáneos, mostrábase como quien más que nadie incitaba al mal y destacaba en todo devaneo. Cautivaba la admiración de todos y se esforzaba en ser el primero en pompas de vanagloria, en los juegos, en los caprichos, en palabras jocosas y vanas, en las canciones y en los vestidos suaves y cómodos (8); y aunque era muy rico, no estaba tocado de avaricia, sino que era pródigo; no era ávido de acumular dinero, sino manirroto; negociante cauto, pero muy fácil dilapidador. Era, con todo, de trato muy humano, hábil y en extremo afable, bien que para desgracia suya. Porque eran muchos los que, sobre todo por esto, iban en pos de él obrando el mal e incitando a la corrupción; marchaba así, altivo y magnánimo en medio de esta cuadrilla de malvados, por las plazas de Babilonia, hasta que, fijando el Señor su mirada en él, alejó su cólera por el honor de su nombre y reprimió la boca de Francisco, depositando en ella su alabanza a fin de evitar su total perdición. Fue, pues, la mano del Señor la que se posó sobre él y la diestra del Altísimo la que lo transformó, para que, por su medio, los pecadores pudieran tener la confianza de rehacerse en gracia y sirviese para todos de ejemplo de conversión a Dios.

Capítulo II
Cómo Dios visitó su corazón por una enfermedad y por un sueño

3. En efecto, cuando por su fogosa juventud hervía aún en pecados y la lúbrica edad lo arrastraba desvergonzadamente a satisfacer deseos juveniles e, incapaz de contenerse, era incitado con el veneno de la antigua serpiente, viene sobre él repentinamente la venganza; mejor, la unción divina, que intenta encaminar aquellos sentimientos extraviados, inyectando angustia en su alma y malestar en su cuerpo, según el dicho profético: He aquí que yo cercaré tus caminos de zarzas y alzaré un muro (Os 2,6). Y así, quebrantado por larga enfermedad, como ha menester la humana obstinación, que difícilmente se corrige si no es por el castigo, comenzó a pensar dentro de sí cosas distintas de las que acostumbraba.

Y cuando, ya repuesto un tanto y apoyado en un bastón, comenzaba a caminar de acá para allá dentro de casa para recobrar fuerzas, cierto día salió fuera y se puso a contemplar con más interés la campiña que se extendía a su alrededor (9). Mas, ni la hermosura de los campos, ni la frondosidad de los viñedos, ni cuanto de más deleitoso hay a los ojos pudo en modo alguno deleitarle. Maravillábase de tan repentina mutación y juzgaba muy necios a quienes amaban tales cosas.

4. A partir de este día, comenzó a tenerse en menos a sí mismo y a mirar con cierto desprecio cuanto antes había admirado y amado. Mas no del todo ni de verdad, que todavía no estaba desligado de las ataduras de la vanidad ni había sacudido de su cerviz el yugo de la perversa esclavitud. Porque es muy costoso romper con las costumbres y nada fácil arrancar del alma lo que en ella ha prendido; aunque haya estado el espíritu alejado por mucho tiempo, torna de nuevo a sus principios, pues con frecuencia el vicio se convierte, por la repetición, en naturaleza.

Intenta todavía Francisco huir de la mano divina, y, olvidado algún tanto de la paterna corrección ante la prosperidad que le sonríe, se preocupa de las cosas del mundo, y, desconociendo los designios de Dios, se promete aún llevar a cabo las más grandes empresas por la gloria vana de este siglo. En efecto, un noble de la ciudad de Asís prepara gran aparato de armas, ya que, hinchado del viento de la vanidad, se había comprometido a marchar a la Pulla con el fin de acrecentar riquezas y honores (10). Sabedor de todo esto Francisco, que era de ánimo ligero y no poco atrevido, se pone de acuerdo con él para acompañarle; que si inferior en nobleza de sangre, le superaba en grandeza de alma, y si más corto en riquezas, era más largo en liberalidades.

5. Cuando se había entregado con la mayor ilusión a planear todo esto y ardía en deseos de emprender la marcha, Aquel que le había herido con la vara de la justicia lo visita una noche en una visión, bañándolo en las dulzuras de la gracia; y, puesto que era ávido de gloria, a la cima de la gloria lo incita y lo eleva. Le parecía tener su casa llena de armas militares: sillas, escudos, lanzas y otros pertrechos; regodeábase, y, admirado y en silencio, pensaba para sí lo que podría significar aquello. No estaba hecho a ver tales objetos en su casa, sino, más bien, pilas de paño para la venta. Y como quedara no poco sobrecogido ante el inesperado acaecer de estos hechos, se le dijo que todas aquellas armas habían de ser para él y para sus soldados. Despertándose de mañana, se levantó con ánimo alegre, e, interpretando la visión como presagio de gran prosperidad, veía seguro que su viaje a la Pulla tendría feliz resultado.

Mas no sabía lo que decía, ni conocía de momento el don que se le había dado de lo alto. Con todo, podía sospechar que la interpretación que daba a la visión no era verdadera, pues si bien pudiera sugerir que se trataba de una hazaña, su ánimo no encontraba en ello la acostumbrada alegría. Es más, tenía que hacerse cierta violencia para realizar sus proyectos y llevar a buen término el viaje por el que había suspirado. Muy hermosamente se habla aquí por primera vez de las armas y muy oportunamente se hace entrega de ellas al caballero que va a combatir contra el fuerte armado, para que, cual otro David, en el nombre del Señor, Dios de los ejércitos, libere a Israel del inveterado oprobio de los enemigos.

Capítulo III
Cómo, cambiado en el interior, mas no en el exterior,
habla alegóricamente del hallazgo de un tesoro y de una esposa

6. Cambiado ya, pero sólo en el interior y no externamente, renuncia a marchar a la Pulla y se aplica a plegar su voluntad a la divina (11). Y así, retirándose un poco del barullo del mundo y del negocio, procura guardar en lo íntimo de su ser a Jesucristo. Cual prudente comerciante, oculta a los ojos de los ilusos la perla hallada y con toda cautela se esfuerza en adquirirla vendiéndolo todo.

Tenía a la sazón en la ciudad de Asís un compañero, amado con predilección entre todos (12); como ambos eran de la misma edad y una asidua relación de mutuo afecto le hubiera dado ánimo para confiarle sus intimidades, le conducía con frecuencia a lugares apartados y a propósito para tomar determinaciones y le aseguraba que había encontrado un grande y precioso tesoro. Gozábase este su compañero, y, picado de curiosidad por lo oído, salía gustoso con él cuantas veces era invitado.

Había cerca de la ciudad una gruta, a la que se llegaban muchas veces, platicando mutuamente sobre el tesoro. Entraba en ella el varón de Dios, santo ya por su santa resolución, mientras su compañero le aguardaba fuera. Lleno de un nuevo y singular espíritu, oraba en lo íntimo a su Padre. Tenía sumo interés en que nadie supiera lo que sucedía dentro (13), y, ocultando sabiamente lo que con ocasión de algo bueno le acaecía de mejor, sólo con su Dios deliberaba sobre sus santas determinaciones. Con la mayor devoción oraba para que Dios, eterno y verdadero, le dirigiese en sus pasos y le enseñase a poner en práctica su voluntad. Sostenía en su alma tremenda lucha, y, mientras no llevaba a la práctica lo que había concebido en su corazón, no hallaba descanso; uno tras otro se sucedían en su mente los más varios pensamientos, y con tal insistencia que lo conturbaban duramente. Se abrasaba de fuego divino en su interior y no podía ocultar al exterior el ardor de su espíritu. Dolíase de haber pecado tan gravemente y de haber ofendido los ojos de la divina Majestad; no le deleitaban ya los pecados pasados ni los presentes; mas no había recibido todavía la plena seguridad de verse libre de los futuros. He aquí por qué cuando salía fuera, donde su compañero, se encontraba tan agotado por el esfuerzo, que uno era el que entraba y parecía otro el que salía.

7. Cierto día en que había invocado la misericordia del Señor hasta la hartura, el Señor le mostró cómo había de comportarse (14). Y tal fue el gozo que sintió desde este instante, que, no cabiendo dentro de sí de tanta alegría, aun sin quererlo, tenía que decir algo al oído de los hombres. Mas, si bien, por el ímpetu del amor que le consumía, no podía callar, con todo, hablaba con mucha cautela y enigmáticamente. Como lo hacía con su amigo predilecto, según se ha dicho, acerca del tesoro escondido, así también trataba de hablar en figuras con los demás; aseguraba que no quería marchar a la Pulla y prometía llevar a cabo nobles y grandes gestas en su propia patria.

Quienes le oían pensaban que trataba de tomar esposa, y por eso le preguntaban: «¿Pretendes casarte, Francisco?» A lo que él respondía: «Me desposaré con una mujer la más noble y bella que jamás hayáis visto, y que superará a todas por su estampa y que entre todas descollará por su sabiduría». En efecto, la inmaculada esposa de Dios es la verdadera Religión que abrazó, y el tesoro escondido es el reino de los cielos, que tan esforzadamente él buscó; porque era preciso que la vocación evangélica se cumpliese plenamente en quien iba a ser ministro del Evangelio en la fe y en la verdad.

Capítulo IV
Cómo, vendidas todas las cosas, despreció el dinero recibido

8. He aquí que, constituido siervo feliz del Altísimo y confirmado por el Espíritu Santo, al llegar el tiempo establecido, secunda aquel dichoso impulso de su alma por el que, despreciado lo mundano, marcha hacia bienes mejores. Y no podía demorarse, porque un mal de muerte se había extendido en tal forma por todas partes y de tal modo se había apoderado de los miembros de muchos, que un mínimo de retraso de parte del médico hubiera bastado para que, cortado el aliento vital, se hubiera extinguido la vida.

Se levanta, protégese haciendo la señal de la cruz, y, aparejado el caballo, monta sobre él; cargados los paños de escarlata (15) para la venta, camina ligero hacia la ciudad de Foligno (16). Vende allí, como siempre, todo el género que lleva y, afortunado comerciante, deja el caballo que había montado a cambio de su valor; de vuelta, abandonado ya el equipaje, delibera religiosamente qué hacer con el dinero. Y al punto, maravillosamente convertido del todo a la obra de Dios, no pudiendo tolerar el tener que llevar consigo una hora más aquel dinero y estimando como arena toda su ganancia, corre presuroso para deshacerse de él.

Regresando hacia Asís, dio con una iglesia, próxima al camino, que antiguamente habían levantado en honor de San Damián (17), y que de puro antigua amenazaba ruina inminente.

9. Acercóse a ella el nuevo caballero de Cristo (18), piadosamente conmovido ante tanta miseria, y penetró temeroso y reverente. Y, hallando allí a un sacerdote pobre, besó con gran fe sus manos sagradas (19), le entregó el dinero que llevaba y le explicó ordenadamente cuanto se había propuesto.


Asombrado el sacerdote y admirado de tan inconcebible y repentina conversión, no quería dar crédito a lo que oía. Por temor de ser engañado, no quiso recibir el dinero ofrecido. Es que lo había visto, como quien dice ayer, vivir tan desordenadamente entre compañeros y amigos y superarlos a todos en vanidad. Mas él persiste más y más en lo suyo y trata de convencerle de la veracidad de sus palabras, y le ruega y suplica con toda su alma que le permita convivir con él por el amor del Señor. Por fin, el sacerdote se avino a que se quedase en su compañía; pero, por temor a sus parientes, no recibió el dinero, que el auténtico despreciador del vil metal arrojó a una ventana, sin preocuparse de él más que del polvo. Pues deseaba poseer la sabiduría, que vale más que el oro, y adquirir la prudencia, que es más preciosa que la plata (Prov 16,16)

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